Cada porción de alimento que llevamos a nuestra
boca requiere de un largo proceso para ser absorbido en forma de nutrientes o
en su defecto ser desechado del organismo. Este proceso inicia en la boca;
después de la masticación y la deglución del alimento (etapa de ingestión),
sólo se requieren de 5 a 10 segundos para que descienda al esófago y entre al estómago,
donde permanece de 2 a 6 horas para su etapa de digestión, segregando jugos
gástricos y mezclando en él otras sustancias que ayudan a formar el quimo.
La digestión final y la absorción de nutrientes se producen en el
intestino delgado, que con aproximadamente 6 metros de largo almacena el
alimento durante un periodo de 5 a 6 horas. Los primeros 25 cm del intestino
delgado es llamado duodeno, donde el quimo proveniente del estómago es mezclado
con jugos digestivos del páncreas, el hígado, la vesícula biliar y las células
glandulares de la pared intestinal. Las otras regiones del intestino delgado,
denominadas yeyuno e íleon actúan principalmente en la absorción de nutrientes
gracias a las vellosidades y pliegues de este tubo, llevándolos luego a las
células de los capilares o quilíferos. Los capilares drenan los nutrientes de
las vellosidades y convergen en la vena porta hepática, un vaso sanguíneo que
conduce directamente al hígado, dándole acceso a los aminoácidos y azúcares
absorbidos después de la digestión, por lo que la sangre que abandona el hígado
se va llena de los nuevos nutrientes que han entrado al organismo; desde el
hígado, la sangre viaja hacia el corazón, que bombea la sangre y los nutrientes
que contiene hacia todo el organismo. En 12 a 14 horas, el material no digerido
se desplaza por el intestino grueso y las heces se eliminan a través del ano.
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